Thursday, October 2, 2014

Tropezar

Paseaba tranquilamente por ese parque, como cada tarde.
Hacía frio, y el viento soplaba fuerte. Se abrochó el abrigo y se encogió de hombros.
Cuando una ráfaga repentina le llegó a la cara, cerró los ojos para intentar protegerse, pero fue inútil, algo se le había metido en el ojo. Se paró y se quedó inmóvil un segundo, antes de intentar sacarse el polvo que se le había infiltrado en el ojo. Logró deshacerse de esa partícula molesta y retomó su paseo diario.
Curiosamente el viento se había calmado, y el sol brillaba más que nunca.

Estaba llegando a una parte del parque bastante desierta, casi siempre se encontraba solo en ese sitio.
Según iba avanzando, los pensamientos se mezclaban en su mente. Pensaba en lo que había comido esa mañana, en la última vez que abrazó a su madre, en el sol que le calentaba la nuca, en el porque de su malestar…

Oyó pasos a sus espaldas. Pasos que iban acercándose. Acercándose rápidamente. Pero no parecían pasos amenazadores, más bien parecían los pasos de un viejo amigo que al verte se acerca apresuradamente para saludarte y darte un abrazo.
Iba a darse la vuelta para ver a quién pertenecían tales pasos cuando sintió unas manos sobre su espalda, dándole un fuerte empujón.

Sintió su cuerpo cayéndose hacia delante, vio el suelo acercarse de su cara, y cerró los ojos a la espera del choque.

Pero el choque no llegaba.
Abrió los ojos y lo que vio le dejó sin voz. Se encontraba en un agujero. Un agujero sin fondo.

Cayendo sin fin.

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