Abrió un ojo, y luego el otro como acostumbraba
desde hacía años al despertar.
Una sonrisa de satisfacción se le dibujo en el
rostro. Hacía mucho tiempo que no dormía tanto y tan profundamente.
Inspeccionó los alrededores. Tal y como lo había
ordenado, se encontraba en una habitación amplia, y limpia. Las paredes
parecían ser muy solidas. Levanto la vista y la luz de la luna le llegó a
través de la apertura que se hallaba en el techo.
Asintió con la cabeza aunque no hubiera nadie para
verle, como indicando que su satisfacción era mayor que al despertar.
Eso era exactamente lo que deseaba, un sitio seguro.
Pero no tardó mucho en darse cuenta de que en esa
habitación no había nada más que la cama en la que se había despertado y una
jarra de agua descansando en una esquina.
Fijándose más aún, vio que el lugar en el que se
encontraba no poseía ventanas ni puertas. El suelo era duro y frío,
impenetrable. Solamente aquel agujero del techo, que se hallaba demasiado alto,
fuera de alcance.
Gritó hasta quedar sin voz. Su alma acababa de ser
desgarrada.
De ese sitio tan seguro, no había escapatoria
alguna.
Estaba atrapado. Y pasaría lo que le quedaba de vida
en ese sitio seguro, sin poder respirar.
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